La apicultura en Marcos Paz tiene una larga tradición que se transmite de generación en generación, a veces como un hobby, otras veces como una verdadera pasión. Así lo confirma Francisco Díaz, apicultor local, quien comparte con nosotros su experiencia de toda una vida en el mundo de las abejas.

«Esto lo hice yo toda mi vida, desde chico», comenta Francisco con nostalgia. La apicultura, dice, es algo que «va gustando de a poco», pero para quienes han estado en el oficio durante décadas, se convierte en una parte fundamental de la vida. En Marcos Paz, como en muchas otras localidades, hay apicultores con vasta experiencia y un profundo amor por las abejas y su entorno natural.

Hace 30 o 40 años, la recolección de miel era muy distinta, sobre todo porque la flora era otra. «Había más trébol, alfalfa, trébol rojo… una flora que hoy casi no existe. Eso también provocó la disminución de las colonias de abejas», comenta el apicultor, reflexionando sobre los cambios que ha sufrido la región. La expansión de la soja y el uso de productos como el glifosato han impactado negativamente no solo a las abejas, sino también a otras especies como los pájaros que se alimentan de ellas. «Desaparecieron muchas cosas, y es una lástima», lamenta, reconociendo que, si bien la agricultura es esencial, los efectos de ciertas prácticas perjudican a la fauna.

Francisco Díaz recuerda cómo, al principio, la apicultura era un hobby. «Uno empieza con una colmena, luego tiene cinco, diez… y llega a tener 300», revela. A lo largo de los años, la práctica fue creciendo y perfeccionándose, pero no sin desafíos. «El éxito de un apicultor son las abejas muertas», explica, señalando que los fracasos y aprendizajes son parte del camino. A lo largo de su carrera, ha enfrentado momentos difíciles, pero también ha disfrutado de las satisfacciones que trae este oficio tan particular.

El trabajo con las abejas es arduo y exige dedicación. Francisco Díaz destaca que «si uno le pone empeño, aprende», aunque no es algo sencillo. La experiencia se gana a través de la práctica, y muchas veces, con picaduras. «Nosotros, los apicultores viejos, vamos de manga, sin traje, aunque nos piquen todos», dice entre risas, ya que después de tantos años en el oficio, se siente cómodo trabajando sin el traje protector. Sin embargo, recalca la importancia de cuidarse, ya que, aunque se acostumbren, las picaduras siguen siendo una parte inherente del trabajo.

A pesar de los desafíos que enfrenta la apicultura hoy en día, la pasión sigue viva. «Es una pasión que tenemos», afirma, y ​​resalta el compromiso de los apicultores de la zona por continuar con esta actividad que, más que un trabajo, es un verdadero amor por la naturaleza y la tradición.

Marcos Paz, aunque ha cambiado mucho con el tiempo, sigue siendo un lugar donde la apicultura forma parte de la identidad local. Los apicultores de la región continúan trabajando con dedicación para preservar esta actividad, que no solo aporta a la economía local, sino que también es esencial para el equilibrio ecológico.